jueves, 2 de abril de 2020

Dos pepitas de flor de ruda

El oído me zumba. No le tomo importancia porque la parte inmune que hay en mi dice: "dolores como esos ya los habías tenido antes". Pero el lado meticuloso que se adentra en los buscadores de Internet para averiguar a detalle los síntomas y tener un diagnóstico me dice que no le haga caso a esa otra voz.

"Ve, busca infórmate" me dice...

Pero al segundo siguiente ya estoy con la mano izquierda pegada a la pared y con la derecha en la cabeza.

Mis ojos se cierran y pierdo la orientación. Mantener el equilibrio se me es díficil. El zumbido aumenta, como después de escuchar un disparo a menos de un metro tuyo y ese "tiiinn" que aparece es intermiable.

Confuso sigo caminando y con dificultad logro pararme y caminar hasta mi casa.

Recuerdo que la cuarentena sigue en pie y veo que aún traigo puestos los guantes y la mascarilla. Los quito con cuidado, y luego me dispongo a lavar las manos, pero el vértigo es incontrolable.

Caigo.

Abro los ojos y mi mamá esa ahí, preocupada. Yo no entiendo nada en ese momento, solo veo su rostro de tristeza.

Yo me veía como en una escena de un filme de acción luego de haber presenciado el estallido de una bomba, donde todo iba en cámara lenta. Fue ahí que supe que lo que padecia era grave.

Con sus manos de angel mi madre me mostró dos pequeñas pepas verdes con varias puntas, 4 o 5, y me dijo: colocate en los oidos.

Todo esto después que yo ya luego de perder toda esperanza, con la impotencia de no poder salir, habiéndome ya desausiado injustamente en mi imaginación, con todas las medicinas compradas por delivery, y luego de consultar a un amigo médico por teléfono, recibí esas extrañas pepitas.

Percibo un olor conocido. Y le digo.

- Es ruda?
- Si -me responde como una madre luego de tener otra oportunidad para ver a su hijo.

Coloco las pepitas ligeramente en mis oídos y siento el sonido del mar asomar por una ventana. Pasaron quince minutos y las milagrosas pepitas hicieron su trabajo.

Yo que era fiel creyente de las recetas que los doctores me daban afianzadas por un buen diagnóstico clínico y que en su mayoría funcionaban, esta vez iba a estar frente a otra excepción.

Las pepitas de flor de ruda como le dice mi mamá, me aliviarían el dolor y mareo que sentía.

- Gracias mamá -le dije.
Me acarició la frente y me dijo: "hijito, descansa"

Y detrás de esas palabras estaba esa presencia fuerte y tierna a la vez, que toda madre que ama, muestra por sus hijos.

"Dos pepitas de flor de ruda"